«Sólo prométeme que si encuentro a la mujer de tu vida te saldrás». Así respondió David Alegre, jugador del Polo y subcampeón en Pekín 2008, al mail que recibió una mañana de septiembre de 2007. Carlos Ballbé, deportivamente conocido como Litus, no había tenido valor para decírselo personalmente ni a su entorno más cercano. Mandó un correo y, a continuación, un mensaje de texto: «Os acabo de enviar un mail. Leedlo, por favor, es urgente».
«Me daba vergüenza y miedo. No sabía cómo se lo iban a tomar porque yo nunca les había hablado de mi vacío», recuerda Litus. Las reacciones fueron de lo más variopinto. A alguno le tuvo que explicar que la Teología no tenía nada que ver con el estudio de las estrellas o que los seminaristas no vestían túnicas con capucha, pero todos le ofrecieron su apoyo. «No cambies», fue lo único que le pidieron.
Ballbé nunca fue de pasar los fines de semana tocando la guitarra y cantando canciones religiosas, un estereotipo del que siempre sospechó. Iba a misa, sí, pero hacía deporte y salía de noche, que era lo que diferenciaba a los «chicos normales» de los «raros». «Era el primero en apuntarse a la fiesta y podías contar con él hasta el final», recuerda Roc Oliva, compañero en el Terrassa y la selección desde 2006.
Su comportamiento en el campo tampoco había denotado una espiritualidad especial. Le costaba controlar el carácter y acatar la disciplina y el orden jerárquico. Fue expulsado por rebelde de una concentración de la selección catalana juvenil y su stick voló más de una vez por los aires en los campos de entrenamiento del Atlético Terrassa. «Una vez el entrenador suspendió la sesión después de que Litus se enfadara porque no le pitaron una falta a favor», recuerda otro compañero.
En diciembre de 2006 Ballbé tenía 21 años, la carrera de Periodismo encarrilada, el sueño de ser reportero de guerra y un asiento reservado en la élite del hockey europeo. También un puñado de pretendientas y una fobia enfermiza al compromiso. Entonces, la muerte de su abuela María hizo que todo aquello, de pronto, le supiera a poco. «Sentía que, teniéndolo todo, había algo que fallaba. Estaba consiguiendo mi sueño, pero no me llenaba», explica. María nunca ocultó que durante años había rezado, sin éxito, por que uno de sus hijos se hiciera sacerdote.
En las siguientes semanas Litus empezó a percibir ciertas señales que parecían empujarle a cumplir el viejo sueño de su abuela. Una sucesión de «cositas», explica, que desembocaron en un diagnóstico que le cambió la vida. En junio de 2007, a unos días de partir con la selección a disputar el Europeo y el Champions Trophy, contrajo una mononucleosis -«sí, la enfermedad del beso», bromea- que le dejó fuera.
Sin nada que hacer, al recuperarse aceptó una propuesta para viajar a Medjugorje, localidad bosnia famosa por las supuestas apariciones marianas. Allí aumentó la intensidad de las señales y se convenció de que debía «cambiar el chip». «No me veía como cura, pero tenía que probar para averiguarlo», recuerda. Escribió a sus íntimos, primero, y al Terrassa, después, e hizo las maletas para pasar un año en un hogar del Opus Dei en Pamplona, escalón previo al seminario, que aún le aterraba. El primer paso de un camino que concluye hoy mismo con su ordenación como sacerdote. Un camino al que no le han faltado obstáculos, pero cuyo principal escollo fue hacer compatible el monacal régimen del seminario con el deporte. Litus había asumido la obediencia, el celibato y el resto de limitaciones, pero no se sentía capaz de dejar el hockey.
La soberbia es el pecado que amenaza al deportista, creerse mejor que los demás por hacer una cosa bien»
Tanto el Atlético como el seminario pusieron de su parte, pero el principal sacrificio lo asumió él. La jornada de un seminarista arranca al alba y se prolonga hasta casi la medianoche. Necesitó tomar suplementos vitamínicos para aguantar. Especialmente duro fue 2012, año en el que regresó a la selección para preparar los Juegos de Londres. «Siempre fue un poco pupas, pero ese año iba realmente justo de fuerzas», recuerda Oliva. Tras los Juegos llegó el momento inevitable. Desde entonces mata el gusanillo en un equipo de amigos, pero admite que echa de menos la adrenalina de la competición.
Aunque ha cambiado el chándal por el alzacuellos, el deporte sigue muy presente en su vida. Ha puesto en marcha un partidillo semanal con los chicos del barrio en la parroquia de Santa María, en Mataró, donde ejerce de diácono, y sueña con un proyecto deportivo para jóvenes en riesgo de exclusión social. «Soy quien soy gracias al deporte, en lo humano y en la espiritual. El sacrificio, por ejemplo: si te dicen que con un esprint más te mueres pero ganas, lo haces. También el trabajo en equipo, dar un paso atrás para dejar a un compañero…», explica. Aunque el deporte también tiene sus sombras. En los últimos tiempos le costó convivir con la soberbia. «Que alguien que juega bien al hockey trate con superioridad a uno que no juega pero tiene un doctorado, por ejemplo, me sabe mal. ¡Iniesta no es mejor que un padre de familia!», lamenta.
Litus ha cumplido su palabra. Aunque ya no va a las copas de los jueves, sus amigos coinciden en que sigue siendo el mismo. «Cuando se lo presento a alguien siempre me dice lo mismo: ¡ostras, no parece cura!», cuenta Oliva. Pero Ballbé aún tiene una promesa pendiente. Ante la insistencia de Alegre, aquel día de septiembre accedió. «Sí, si encuentras a mi alma gemela me salgo», le dijo. Hasta ahora no ha tenido suerte, pero el jugador del Polo no se da por vencido. «Lo voy a intentar hasta el último momento», bromea. El plazo acaba a las cinco de esta tarde.
Fuente: Marca